Sin embargo esta misma semana se cumplen 25 años...
Doy RT o mejor "dicho Repost" a una nota que escribe el astronauta Rodolfo Neri Vela al respecto.
Rodolfo Neri Vela Lunes, 16 Agosto 2010 El panorama desde nuestro T-38 era espectacular. Por un pequeño micrófono dentro de nuestros cascos, Brewster y yo nos comunicábamos, intercambiando nuestras impresiones, mientras respirábamos a través de nuestras mascarillas de oxígeno. Lo único que nos separaba del peligroso exterior, a esa altitud de casi 15 km sobre el nivel del mar, eran las cubiertas superiores fabricadas de un grueso cristal. En una de ésas, casi sin decir “agua va”, Brewster me dijo que me sujetara bien porque íbamos a hacer una maniobra. Sin repetirlo, movió los controles, y como por arte de magia quedamos boca abajo, volando a gran velocidad, a más de 1,000 km/h, pero de cabeza. Yo esperaba que mi cristal protector y mi cinturón de seguridad no me fueran a fallar; de lo contrario, caería irremediablemente sobre las aguas del Golfo de México, muriendo de manera instantánea y sirviéndole de desayuno a los tiburones que paseaban por ese rumbo. Sobreponiéndome a la primera impresión, exclamé diciendo que esa era una sensación padrísima, ya que yo tenía que causarle una buena imagen a mi comandante, mientras seguíamos volando de cabeza, sintiendo que la sangre se me agolpaba en el cerebro y mis pies colgaban como extremidades de trapo por encima de mi cintura. Nuevamente, conforme rezaba mis oraciones, seguía deseando que mi cinturón de seguridad no fuese a desabrocharse: No era el momento propicio. “Rodolfo, qué bueno que ya estás acostumbrándote” -me dijo Brewster- “¿No sientes mareos?”. Contesté que todo estaba bien, y así era afortunadamente. “Perfecto” -dijo mi comandante- “Entonces vamos a cambiar de ejercicio”. Acto seguido, Brewster movió el bastón de mando y el avión dejó de volar de cabeza, pero para comenzar a caer hacia el mar mientras giraba sobre sí mismo, como un remolino en picada. Como comprenderán, queridos lectores, yo estaba un poco callado, conforme trataba de conservar mi respiración con un ritmo normal, a bordo de ese barreno con alas. No estaba dispuesto a que mis nervios me traicionaran. Mi honor y el de México estaban en juego en ese momento crucial. Conforme caíamos hacia las inquietas aguas del mar, yo veía alternadamente y a través de la cubierta de cristal, el horizonte, el cielo, las nubes y el mar, una y otra vez, como si me hubiese atrapado un torbellino o estuviese yo viviendo una pesadilla aérea. Y como si yo no lo hubiese adivinado todavía, el buen Brewster me dijo a través del micrófono que esa maniobra se llamaba “entrar en barrena”. ¡Oh, sorpresa! Y así seguimos, cambiando de un ejercicio a otro, subiendo y bajando, volando de cabeza o realizando piruetas en el aire, hasta que transcurrió una larguísima hora. En eso, Brewster me dijo que era mi turno para controlar al avión, que tomase el bastón de mando frente a mí, y que lo moviera ligeramente hacia delante, atrás y a los lados, para ver cómo respondía el aparato. No me quedó otra más que obedecer, aunque con cierto nerviosismo y timidez. Era como si estuviese cursando mi primera clase de manejo, temeroso de estrellarme contra un poste, pero en ese caso, hace 25 años, yo estaba ¡a bordo de un avión supersónico sobre las inquietas aguas del Golfo de México! Poco a poco fui controlando, maniobrando, y cada vez con más ganas, a ese aparatejo que me había causado una muy respetable impresión. Armado de valor, en una de esas maniobras, tomé el control con firmeza y, en menos que canta un gallo, quedamos volando con las patas para arriba, mientras veíamos el mar bajo nuestras cabezas, a través de las cubiertas de cristal que apuntaban hacia el mismo centro de la Tierra. Después de muchas otras maniobras y maromas en el aire, Brewster me felicitó; me dijo que había aprobado el examen con mención honorífica, y que estaba listo para ir al espacio y resistir sus aún misteriosas y desconocidas sorpresas. Regresamos al campo aéreo de Ellington, pero no aterrizamos de inmediato como yo lo esperaba. Resultó que, para mi asombro y resignación, porque ya veía doble y me sentía ligeramente mareado, todavía nos faltaba simular varios “minidespegues”. Fue así que el avión tocaba tierra, apenas rozándola con las uñas de sus llantas, para volver a subir, acelerando a toda máquina, mientras yo sentía que mi pecho y espalda quedaban pegados al respaldo del asiento y la piel de mi cara era jaloneada hacia la cola del pájaro infernal. Una y otra vez, apenas tocábamos el piso sin levantar polvo, y volvíamos a despegar, hasta que, gracias a Dios, finalmente llegó el momento anhelado de descansar. Después de esto, sólo nos faltaba visitar el Cosmos. Para concluir, queridos amigos, les reitero que el pasado 30 de julio fue publicada en el Diario Oficial de la Federación la ley que crea a la Agencia Espacial Mexicana, para entrar en vigor al día siguiente. Tal como lo establece el Artículo Segundo de los Transitorios, la Junta de Gobierno deberá instalarse en un periodo no mayor a los 45 días siguientes. Tengo el gusto de anunciar que, efectivamente, y en estricto apego a la ley, la Junta de Gobierno de la Agencia Espacial Mexicana (AEM) tendrá su primera sesión esta misma semana en las instalaciones de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Sus 15 miembros procederán a convocar y realizar los foros regionales y mesas de trabajo para definir los proyectos y la política espacial de nuestro país. Yo participaré con agrado en estos foros y me dará mucho gusto escuchar a mis colegas ingenieros y científicos de toda la República sobre sus áreas de investigación y propuestas. Mis mejores deseos para todos ellos y para nuestra Agencia Espacial Mexicana. Saludos Teledoctor | Saludos. Teledoctor |
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